Por Joaquín Sánchez
Para reconocer el mundo de Sandra De Berduccy hay que seguir el hilo de esos rumbos ramificados en red de búsquedas exhaustivas. Hay una casa de ojos y manos siempre abiertos en Capinota, tierra íntima y profunda de Cochabamba. Es el espacio-taller donde vibra un tiempo concentrado en cada uno de los fragmentos corporales de sus telares, como la performancia de la vida misma: salitres mordientes de memoria aceitada para tintes naturales, titánicos troncos de dimensión doméstica de infinitas tramas, laboratorio de procesos electroquímicos que crían hilos mezclados con restos de fluidos metálicos, segmentos de bosques que conservan el eco de instantes traumáticos de la vida que ya fue, y una gramática superior expandida del tejido como pensamiento, estructura y movimiento del universo.
La tan elegante, sutil y casi invisible mano de Sandra en experimento de cuidadosa selección artística, funde y devela urdimbres de técnicas tradicionales con la complejidad de la alta tecnología que a veces flirtea con lo low tech.
El taller de Sandra es un depósito frondoso de investigaciones, sedimentos y sentimientos que entretejen con luz la anatomía misteriosa del hombre.
El universo tecnológico-tradicional crea interferencias de un tejido brillante del mundo que se recorta sobre un fondo de sufrimientos humanos. La tejedora-artista abre y cierra indefinidamente los ciclos individuales, históricos y cósmicos, y nos recuerda cómo la luna nos enseñó a tejer.
(Publicado por Página Siete el domingo, 25 de noviembre de 2018.)