Por Antonio Rocabado Q.
“…a los pueblos (indios americanos) llevaban el agua por medio de canales que eran verdaderas obras gigantescas. Componíanse de inmensas losas de piedra, perfectamente ajustadas, sin mezcla alguna, que por medio de compuertas dejaban salir la cantidad suficiente para regar las tierras. Algunos de estos acueductos eran sumamente largos tenían de cuatrocientas a quinientas millas de extensión…”
Pedro Sarmiento de Gamboa (1572)
Consideraciones iniciales. La región andina desde la antigüedad más remota tuvo una vocación agraria. La alta cultura andina significó sobretodo una agricultura plena, sustentada en una base de milenios de experimentación y domesticación de plantas.
En un medio que exige mucho del hombre, el andino fue capaz de sacar admirable partido de su ambiente hasta dominarlo y lograr un desarrollo muy original. El gran desarrollo alcanzado por la agricultura andina se debía a la extraordinaria afición de los aborígenes por el cultivo de la tierra. Los españoles maravillados por esta afición, observaron que incluso los que tenían oficios artesanales interrumpían sus trabajos para acudir a las sementeras, y llegado el tiempo, se dedicaban por entero al cultivo agrícola.
Habiendo sido los habitantes andinos casi totalmente vegetarianos, y en especial granívoros, su preocupación dominante fue la domesticación de gramíneas, tubérculos, y otras especies nativas, así como su cultivo, mejoramiento, recolección, y almacenamiento. En el transcurso de 20.000 años el andino no sólo fijó las características de plantas como el maíz, papa, quinua y setenta variedades más, sino que dio feliz solución a problemas agrológicos e hidráulicos mediante ingeniosos sistemas de cultivo, fertilización y riego. Por ello, no se puede ignorar que muchas de las acequias y canales en actual servicio en varias regiones de Bolivia sean anteriores a la Conquista.
En este contexto histórico, el admirable sistema de canales y acequias aún en servicio en sitios de agricultura intensiva como la amplia cuenca del río Arque, con una extensión cercana a los 2000 Km2, particularmente en los espacios cultivables de piedemonte, en las afluencias del Sopo Mayu, Sayari Mayu, Jankho Khala, y otras 500 quebradas que concurren en la corriente principal, demuestran el conocimiento práctico del régimen de descarga del río Arque y la mejor forma de utilizar sus aguas. Situación que fue aprovechada prontamente por los conquistadores y encomenderos españoles para fomentar las plantaciones de cereales e instalar una larga serie de molinos harineros hidráulicos, cuya tecnología primigenia se remonta al Asia Menor y fue transmitida a Europa por romanos y mozárabes.
Historia de los molinos harineros de la cuenca del río Arque. Estimamos que los tiempos en que se construyeron los primeros molinos hidráulicos harineros en la cuenca del río Arque fueron anteriores al 06 de marzo de 1553, cuando se registra fehacientemente una reunión de Lorenzo de Aldana con Martín de Almendras en Capinota, a la sazón importante pueblo de su encomienda. Los afanes de Aldana se encaminaban ese entonces a una rebelión general de los encomenderos charqueños para resistir a las disposiciones del virrey La Gasca en sentido de limitar el servicio de los indios.
Ese 1553 Aldana tenía 45 años, y fallecería 15 años después, dejando antes, sin embargo, una expresa constancia en la ciudad de Los Reyes, el 15 de noviembre de 1557, mediante una “Carta de Restitución”, una importante donación para los indios de su encomienda consistente en ovejas, ganado bovino, dos solares con edificios, y el “molino de pan moler de Sicaya”, por el hecho de “no haberles dado doctrina y otras causas”.
De estos datos se infiere que la serie de molinos que se erigieron en el corredor principal de la cuenca del río Arque (de un largo aproximado de 77 Km) fue construida antes del año 1600, y funcionaron por más de 400 años, como son los casos concretos de los molinos de la población homónima Arque, de Sicaya, Irpa Irpa, Capinota, Sarcocucho, y otros entre Colcha y Cona Cona, ubicados en las riberas del río hasta la década del 1970.
La construcción de molinos harineros de rueda hidráulica horizontal en la cuenca del río Arque, constituye un factor de producción de indiscutible importancia y amplia utilización para la subsistencia de habitantes de estas comarcas y de los asientos mineros nacionales. Su tecnología esencial proviene de la antigüedad (Vitrubio, siglo I a. D.), y su difusión en América proviene del medioevo español con ingredientes romanos, visigodos, y árabes.
El uso de la fuerza hidráulica parte siempre de una misma base conceptual extendida extraordinariamente desde el medioevo: la aplicación de una fuerza giratoria sobre el curso del agua a partir de la cual la energía se transmite a las piedras o “muelas” encargadas de moler el cereal. El despiece del más sencillo molino de eje vertical comprende palas en contacto con el agua, las muelas de piedra donde propiamente se hace la molienda, las piezas de engarce, y la “tramoya” o tolva que es la caja en la que se deposita el grano para caer en la muela.
Una complicada descripción de las partes de los molinos hidráulicos, que cuenta con una vasta terminología árabe/española, podría ser motivo de un nuevo artículo de molinería o molinología, a elaborarse esencialmente con miras de recuperar importantes partes de los molinos, en el intento ideal de conservar en un museo la memoria histórica de la región, o por lo menos, la de Capinota y sus campiñas, conocida desde tiempos remotos como la comarca más importante de la cuenca.
Entorno de la unidad denominada “Molino”. El molino era una unidad de producción con una serie de elementos que completaban la actividad principal. Todos ellos presentan en sus inmediaciones huertos, pequeñas áreas de pasto, corrales para las recuas de mulas, asnos o llamas que cargaban los productos del harineo, etc. Cuando se enajenaban estas unidades se especificaba con frecuencia precisando el molino con su soto, huerto, cespedera, pedrera, y demás complementos.
Aunque los componentes claves de la tecnología hidráulica de la molienda forman unidad, los documentos mencionan muchas veces la existencia de varias “paradas” dispuestas a lo largo de la corriente dentro de un mismo conjunto. Todo ello para elevar la rentabilidad de la fuente de energía, y en el cuidado de que dicho aprovechamiento del agua no lleve también a competencias con la agricultura de regadío, una limitación en el caso capinoteño que generó toda clase de choques y pleitos.
Denuncias sobre el estado actual de los molinos. A modo de conclusión, en esta oportunidad deseamos denunciar la grave situación en que se encuentra nuestro patrimonio hidráulico, principalmente el representado por sus molinos, acequias, canales y otros componentes, que están siendo derruidos sin respetar su valor cultural, histórico y etnográfico, y que representan, sin duda, un bien cultural vinculado a nuestros pueblos, que son fundamentales para la comprensión de lo que fue la vida cotidiana de nuestros antepasados. Esta clase de monumentos han sido declarados como Bienes de Interés Cultural en la mayor parte de las naciones del mundo, y son respetados.
Agradeceremos la difusión de estas ideas, pues entendemos que la cultura es un asunto a defender por parte de todos los que formamos la sociedad actual. Nuestros ríos están siendo castigados en los últimos tiempos por el caótico desarrollo urbanístico e industrial de las ciudades y la degradación generalizada de los espacios rurales.
El desconocimiento es el peor enemigo que tenemos. Necesitamos inventariar y catalogar nuestros ríos a efectos de conocer y proteger el patrimonio edificado y natural. Debemos conocer el valor de cada una de las construcciones para asignarles algún tipo de protección. Imaginarnos un retroceso a los siglos pasados, cuando aún existía una mayor armonía entre el hombre y los territorios fluviales, acequias, canales y… los molinos, que ya estaban integrados en esos paisajes. Todo un idílico paisaje en un entorno equilibrado.